Basta dirigir la mirada al firmamento o a cualquiera de las maravillas de la creación y contemplar un instante los infinitos bienes y comodidades que nos ofrece la tierra, para concebir desde luego su sabiduría y grandeza y todo lo que le debemos a su infinita misericordia y la fe de querer hacer las cosas.
Bajo un monto de suave azul que extiende en lo alto aparece un nítido velo de neblina que cubre el verde profundo de la montaña. Emerge el encuentro del astro rey que extiende su dorada cabellera sobre el verdor de sus bosques, que tras el serpentear del camino permite la entrada al solariego pueblo; con profundo sabor añejo de la vieja tierra del cacao con dulzura de caña; donde el tiempo se detuvo en los cacaotales de la gran Obra Pía al viento, de grandes vendavales, testigos de romances.
De interminables noches de estrellas y de luna que coqueta se pasea en el firmamento, de calles estrechas donde aun resuenan el eco de los zambos de ayer.
Tierra curtida de cacao, de tradiciones llegadas en el oleaje bravío del mar caribe que con su irreverencia total besa la dorada arena que guarda con celos las siluetas que sobre ellas se dibujan.
La goleta picando en el mar erizado por sus burbujeantes olas, allí están los grandes cocoteros con su fruta refrescante.
Allí fue parte de mi recorrido entre el trinar de las aves, moradores de piel negra y mestiza.
Yo soy Juan de Dios el Forastero que vivió la historia y lo que ustedes leerán es lo que logre recopilar, vivencias que me traen unos bonitos y no tan bonitos recuerdos, que hacen humedecer mis pupilas y latir más sensible mi corazón.
No tengo estudios literarios, fue la vida misma la que quiso favorecerme con la vocación a la escritura.
Desde los últimos años del siglo XVI comenzó el poblamiento de la línea de la costa aragüeña, una vez don Diego de Losada, capitán conquistador del valle de Santiago de León de Caracas comenzó la repartición de Encomiendas al grupo de hombres que lo habían acompañado en la irrupción a sangre y fuego en dicho valle, dando cuenta de los indígenas que los habitaban, entre ellas las etnias Teques y Caracas.
Entre esos hombres al lado de Losada estuvo don Lázaro Vásquez, natural de salamanca. A él le fue otorgada una extensión de tierra desde Patanemo incluyendo todos los valles donde hoy se encuentran enclavadas las poblaciones de Ocumare de la Costa, el desaparecido Turiamo, Cuyagua, Cata y Choroni. El área de Cata paso posteriormente a manos de su hijo don Juan Vásquez de Rojas, quien la vende a mediados del siglo XVII a don Sebastián Días y este propició el cultivo de cacao en su área, constituyendo la hacienda más grande de todas las existentes en dicho valle de Cata. Es él quien va a legar su apellido a la numerosa esclavitud, como era costumbre en la época, el cual se prolonga hasta nuestros días, igual que el apelativo Lira, que proviene de dos de los antiguos hacendados en el siglo XVII, don Matías Sánchez de Lira y don Joaquín de Lira. También fueron dueños de tierras en el valle en el siglo XVIII los Blancos Uribe, gente de prosapia de Caracas y ascendientes del Libertador Simón Bolívar.
Don Sebastián Días era oriundo de San Sebastián de los Reyes, estado Aragua y no tiene en lo absoluto relación con don Sebastián Díaz de Alfaro, fundador de esa ciudad, la más antigua de Aragua, fundada en 1583 (pero el centro poblado más antiguo de Aragua es Chuao, desde el otorgamiento de la encomienda a Abrahán Desque en 1568).
Ya para el año 2000 la hacienda pasa a manos del pueblo de Cata. Que tiene por nombre: Hacienda Campesina Cata.
El último censo 2009, 777 habitantes. Sin duda sus descendientes ya hoy en dia siguen sonando sus tambores. El cacao esta, entre la piel de los zambos.
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